Cuento.
Metáfora suave del amor moderno.
- Estoy enamorado de mi computadora.
Al decirlo todos lo miramos extrañados, fue un milagro que nadie se riera. La mayoría de las personas le dirigían miradas incrédulas, en ése grupo de ayuda había adictos a todo: al Internet, al café, a la ropa interior nueva. Pero jamás alguien que se declarara a si mismo enamorado de su computadora. La mayoría veía su adicción como un problema, estaban allí para que los ayudaran a volver a tener una vida normal, no para hacer declaraciones amorosas.
Yo lo miré sonriendo, le di las gracias y lo invité a sentarse. El siguiente se declaró cleptómano, una mujer un poco gorda y arrugada afirmo ser ninfomana y algunos otros se lamentaron de ser adictos al trabajo. Sin poder dejar de pensar en el caso del joven de lentes, di algunas recomendaciones a los nuevos miembros del grupo y les desee buenas noches.
Este joven en realidad no me importaba, era claramente imposible que estuviera enamorado de su computadora, lo que me interesaba era porqué lo decía y cuál era su intención al presentarse en el grupo. Con una mirada significativa le indiqué que se quedara, se mostró un poco desconcertado pero al final intentó hacer tiempo tomando otra taza de café.
La mujer ninfomana coqueteaba con mi esposo y uno de los adictos al trabajo tecleaba frenéticamente en su computadora portátil. Tuve que detenerlos, pensando que si me tardaba demasiado el chico enamorado de su computadora se iría. Pero cuando volví él se encontraba sentado en el sillón, tomando la que parecía ser su tercera taza de café. Le sonreí y él me devolvió la sonrisa sonrojándose.
Lo cierto es que no sabía como comenzar, puede parecer fácil siendo que es mi trabajo y he conversado con personas cuyas adicciones son en extremos absurdas o inconcebibles. Pero este caso era diferente, este chico no era adicto a su computadora, él estaba enamorado de ella. De esta manera, preguntarle a alguien porqué esta enamorado no es la mejor pregunta que puedes hacer. El amor no tiene una razón, es el amor y ya. O eso creo. Evidentemente el chico podría estar haciendo una broma, o podría tratarse de una broma de mi esposo, que sabía cuán interesada me mostraría yo por alguien como él.
Viéndolo detenidamente el muchacho era bastante guapo, tendría unos 19 años y una boca tan hermosa que cuando sonreía formaba un ángulo perfecto, cuyas comisuras se volvían delgadas hasta el orgasmo. Sus ojos eran de un marrón brillante y su cabello rubio, rizado y despeinado. Aunque era muy delgado no parecía enclenque, en definitiva no parecía un joven obsesionado con el Internet, ni con los videojuegos, o que se masturbara demasiado. Es más, era tan atractivo y simpático a la vista que me daban ganas de olvidar su declaración y mandarlo a su casa con algunas buenas películas que sabia le gustarían. Pero no, este era mi trabajo y él había acudido a mí por una razón.
Después de una fracción de segundo observándolo me senté decididamente a su lado y le sonreí una vez más. Él me devolvió la sonrisa esta vez con más seguridad y todo parecía indicar que se hallaba dispuesto a hablar. Este muchachito realmente me agradaba. Lástima que era posible que tuviera alguna enfermedad psicológica.
Cuando le hablé pareció que una lanza atravesaba el hielo, mis palabras se perdieron en su taza de café y por alguna extraña razón fue imposible escucharnos. Me puedo ver a mi misma gesticulando, desesperada por la imposibilidad de comunicarnos, el muchacho parecía querer reír estruendosamente. Aquello me asustó tanto que me levanté de su lado y le hice un gesto para que saliera de mi casa. Procuré no ser grosera porque a pesar de lo que pueda parecer él seguía siendo el mismo muchachito atractivo de 19 años y no quería que pensara que estaba loca. Él, al verme, se levantó en seguida y dejando la taza sobre la mesa, me dio las gracias con un gesto de la cabeza. Antes de que se fuera pude leer en sus labios:
- Estoy tan enamorado de mi computadora que le podría lamer el botón de inicio tanto como un hombre enamorado de una caja fuerte le lamería todo el día la cerradura…eso decía Oliverio Girondo.
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